4 de mayo de 2011

Gantz Parte 1:
Divagaciones sobre la moral en la era del entretenimiento

Recuerdo que hace unos años un amigo muy cercano me recomendó un manga, de moda en internet en aquel entonces, y sin muchas consideraciones lo bajé y empecé a leerlo. Y recuerdo no haber podido avanzar más que unos cuantos capítulos, en su mayoría alimentados por el morbo y la curiosidad, hasta que no fuí capaz de avanzar en la historia y decidí olvidar el tema. Y muy seguramente hubiera seguido así de no ser por Taringa, que nos acostumbró a encontrar y descargar muy facílmente cualquier cosa, sobretodo las que no estamos buscando. Para bien o para mal terminé volviendo a leer aquel manga, y esta vez terminé deteniéndome unos cuantos cientos de páginas después del punto en que me había quedado.

¿Qué me había hecho llegar más lejos (y de hecho mucho más) esta vez? ¿Y qué me había detenido la vez anterior? Como muchas personas de mi generación, toda la educación que recibí hasta llegar a la universidad fue marcadamente católica (exceptuando tal vez los programas educativos de mi infancia, que eran terriblemente paganos), y crecí con unos códigos muy claros sobre lo que podía y lo que no podía ver. Existían franjas de televisión para adultos (en las que se suponía estabamos durmiendo, y no viendo por debajo de la sábana), edades restrictivas en las películas del cine, y la mayor parte de los adultos de mi entorno impedían que cualquier cosa "inadecuada" llegara a mis manos. Pero toda esta restricción, y estarán de acuerdo conmigo, no hacía sino alimentar la curiosidad hasta niveles insoportables, y poder trasgredir esa "ley" invisible era tremendamente satisfactorio. La película de terror que se veía a escondidas con los amigos (a sabiendas de que no ibamos a dormir bien esa noche), el descubrimiento de la televisión para adultos, la revista porno metida a escondidas por el niño "precoz" del salón, entre otras cosas, dan fé de que romper la ley es más memorable que someterse a ella.

El tiempo pasó y trajo consigo una cédula de ciudadanía, certificado de haber franquedo con éxito los muros inexistentes de la cárcel de la infancia y de la adolescencia. Pero en lugar de celebrarlo sumido en una orgía de pornografía y películas para adultos, mi vida continuó sin demasiados cambios en cuanto a lo que se podía y a lo que no. Los códigos, en mayor y medida, se han mantenido hasta hoy, en lo que podríamos llamar una "ética" de lo visual que funciona en la sociedad: de esta forma no vemos al muerto en un primer plano en el noticiero y la pornografía infantil se juzga como un delito. Pero al igual que cuando éramos niños hay brechas en las leyes, un más allá de lo permitido, solo que está vez es mucho más oscuro y porque no decirlo, aterrador.

¿Y qué tiene que ver esto con un manga? Pues mucho, creo yo, y no sólo con el manga, sino con el entretenimiento en general. Vivimos en una época en que con sólo prender el computador tenemos acceso a miles de películas, videojuegos, cómics y libros de toda clase, y en los que no hay nadie de por medio preguntando cuantos años tenemos. Y en ese mar de contenidos, entretener cada vez es más dificil, por eso siempre hay que intentar intentar ir más allá; ya ni los efectos visuales más impresionantes o las proyecciones en 3d nos deslumbran por mucho tiempo, pues pasan de moda muy rápido. Y en esa carrera loca por divertir existe un campo más controvertido que los demás, donde la barrera de los limites también se aleja más y más: el de la moral.

El manga del que hablo (y creo que hablaré en el siguiente post, me disculpo de antemano) es "Gantz", creado por Hiroya Oku en el año 2000 y que se sigue publicando hasta hoy. Sólo por dar algunos datos de su popularidad, ha sido en varias ocasiones best seller en Japón, llegando en enero de este año a los 15 millones de número vendidos; se han escrito dos novelas basadas en el manga, tuvo una adaptación animada de 12 capítulos (que se trasmitió en televisión por el canal Animax), y se han hecho 2 películas de "acción real" además de un videojuego para PlayStation 2. Y es, con un amplio margen, el manga de acción más violento y perturbador que he leído (con 1 sola excepción, de la que de pronto algún día hablaré).

Gantz nos presenta, a grandes y burdos rasgos, la historia de una serie de personas que inmediatamente después de morir (sea cual sean las causas) aparecen en un cuarto del que no pueden salir, y en el que sólo hay una enorme esfera negra. De repente suena una canción, y en la superficie de la esfera negra aparecen escritas unas instrucciones, mostrándole al grupo de muertos resucitados una fotografía de un "alien" al que deben matar. Despues de esto, la esfera se abre desplegando un amplio repertorio de armas y unos trajes especiales que dan fuerza y resistencia sobrehumanas a quienes los usan, y poco después todos son "teletransportados" al lugar de la batalla para empezar la misión. Esta es la extraña premisa de una historia en la que cada vez hay más interrogantes que respuestas (que recuerda un poco a la serie de televisión "Lost", de la que confieso no haber visto más de tres capítulos completos) y en el que no hay personaje del que nos podamos encariñar, pues casi todos terminan muertos (una vez más, es decir) al terminar cada misión. Pero todo esto no sería tan especial si todo en Gantz no fuera hecho para hacernos revolver por dentro. El autor nos muestra un mundo decandente y sin esperanza, un mundo donde la moral y los valores sólo complican la supervivencia de los personajes, que además son sometidos a vivir situaciones que van más allá de lo humanamente soportable. Pero si hay algo realmente perturbador en Gantz son las muertes de sus personajes, cada cual más espantosa y detallada, con un nivel visual altísimo y del que escasísimos cómics pueden presumir. Y el autor, que sabe que no querremos ver lo mismo dos veces, hace gala de su inagotable imaginación y nos muestra cada vez muertes más horribles y situaciones cada vez más comprometedoras moralmente hablando, que en vez de hacernos salir corriendo nos invitan a seguir leyendo, a seguir mirando por debajo de la sábana, sólo que esta vez ya nadie nos dirá nada si nos encuentra. Es más, quizás hasta se interese por lo que estamos viendo.

No es mi intención hacer un discurso moralista, algo a todas luces hipócrita y mojigato, ni tampoco hacer mala publicidad a un cómic tan conocido (que además tiene un trabajo técnico interesantísimo, del que ya hablaré). Sólo quería recordar (a quien lea esto, pero sobretodo a mí mismo) que con respecto a esa cosa difusa que llamamos moral, los únicos jueces y policias somos nosotros, pues ya no existen leyes reales que puedan hacer algo. Sólo nosotros somos capaces de decidir que está bien o mal ver, aunque tristemente hoy día esa cuestión se convierte en que es divertido y que no. Vemos películas como Saw o directores como Tarantino que han hecho de la violencia gratuita y morbosa todo un género. Hace poco mi madre me contó que en la esquina de mi casa le habían disparado a un muchacho y lo mataron. Y eso no es divertido, no para verlo en un manga, en un videojuego o en una película que no tiene más razón de ser que entretenerme, y que no me deja más que un vacio de tiempo en el que la pase "muy chévere". Pero no puedo dejar de preguntarme si no es divertido porque ya es algo a lo que estoy acostumbrado. Un muerto más de los miles que anuncian en las noticias, de los que muestran en primera plana en los periódicos, y después de haber visto infinidad de formas de morir y de matar. Dejé ya de leer Gantz, al menos por ahora, y siento que ya no soy el mismo, que algo dentro de mí cambió. Que le dí de comer sin reparos a ese monstruo llamado morbo, y que es monstruo ahora es más grande y quiere comer otras cosas. Y sólo espero que no llegue a ser tan grande como para comerme a mí mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario