A grandes rasgos, Redline nos cuenta la historia de JP, un corredor de carreras interestelares que a pesar de tener como estandarte el juego limpio y la competición justa, lleva sobre sí la deshonra de haber cometido trampa años atrás al haberse visto involucrado con la mafia. JP logra colarse en el Red Line, la carrera más díficil y emocionante de todo el universo, junto a Soneshee (su amor secreto de toda la vida), Machine Head (un ciborg mitad hombre mitad vehículo) y otros corredores, cada uno más peculiar que el otro, que se enfrentarán sin reglas ni límites de velocidad por llevarse el título. La película está diriguida por el animador Takeshi Koike, conocido en occidente por su cortometraje "World Record" que hace parte de The Animatrix y que en el que hace un despliegue desbordante de talento, con un manejo único de la anatomía, un dibujo expresivo como pocos y un estilo frenético y espectacular (que nos recuerda a la locura visual de Takeshi Imaishi, director del largometraje Dead Lives y de la serie de anime Gurren Laggan). En la producción se encuentra el prestigioso (y últimamente muy demandado) estudio Madhouse, responsables de películas como Paprika, Vampire Hunter D: Blodlust y otros clásicos del ánime contemporáneo, además de haber trabajado en las adaptaciones al ánime de The Matrix, Batman: Gotham Knight o incluso Lilo & Stich (además de estar trabajando actualmente en las series animadas de Supernatural, Ironman, X-Men y Wolverine, entre otras). Un genial director, un gran estudio, ¿Qué podía salir mal?
Hace más de una década surgió en Japón un movimiento artístico denominado Superflat, fundado por el artista Takashi Murakami. Surgido como vehículo para mostrar la superficialidad y el vacio de la cultura consumista japonesa (aunque curiosamente se ha visto convertido en herramienta de marketing en occidente, con Murakami trabajando para supercadenas de ropa como Louis Vuitton) el Superflat agrupa diferentes expresiones artísticas incluyendo la animación, donde se destaca el animador Koji Morimoto, fundador de Studio4℃ (del que ya hemos hablado anteriormente). El Superflat, entre otras cosas, nos habla del frenetismo desmedido del consumo japones, del exceso de estímulos necesario para robar la atención de un espectador que ya no busca contenido, sino algo que pueda apartarlo de su realidad por un segundo. Y, casi que sin sorprenderme, podría decir que Red Line trata exactamente de la misma cosa. Una animación increíble, un diseño de personajes y de vehículos que raya lo sublime y secuencias cada cual más llena de acción y frenetismo, en las que corremos a toda velocidad entre carros, naves, balas, misiles, explosiones de toda clase, monstruos, aliens, mujeres despampanantes y mil cosas más que nos impedirán despegarnos un sólo momento de la silla. Es decir, si no nos dormimos antes, claro.
Redline sufre de lo que sufre gran parte de las superproducciones audiovisuales de la actualidad (llámense películas, series o videojuegos) y es de una falta absoluta de guión. Y vamos, que alguien que disfruto con Meteoro no puede estar más lejos de ser un crítico de cine, pero incluso yo puedo puedo sentirme insultado con una historia. Antes de media hora de película ya sabremos como termina, y en sus dos horas de duración no hay un sólo giro ingenioso de la trama, ni un personaje que no sea extremadamente planos y superficial. Y cuando termina... Bueno, es algo que deben ver por ustedes mismos, pero la palabra desastrozo alcanza a rozar un poco el nivel de desconcierto e indignación que puede embargarnos. Seguro que muchas malas telenovelas han tenido finales más épicos y memorables, además de menos cursis.
¿Vale la pena ver Redline? Si somos entusiastas del anime, si disfrutamos de un buen dibujo y de una buena animación, entonces la respuesta es un obligado sí. Mi crítica (o más bien queja) no va hacia el impecable apartado técnico o artístico, definitivamente uno de los mejores que se han visto actualmente en la animación japonesa; mi problema es con que se derrochen millones de dólares, además del talento y el esfuerzo de cientos de personas durante años para hacer algo que tiene como única intención tratar de distraernos huecamente durante un par de horas. Creo que la gracia de contar una historia es la de dejar algo en que pensar, en lograr conmover, en hacer que el otro se sienta identificado por un rato con un personaje imaginario y que por un momento compartan un mismo lugar. Sin embargo, creo que lograr eso en el actual y sobresaturado mercado de las emociones se ha vuelto una tarea demasiado dificil, o pensándolo mejor, muy mal remunerada. Porque hoy día las historias son sólo productos, commodities que no venden a menos que consigan la diferenciación de lo único y lo espectacular que sólo buscan deslumbrarnos el tiempo suficiente para sacar la billetera. Y quizas ya estamos acostumbrados a ese consumo, hambrientos de cualquier cosa que parezca poder distraernos más que la anterior.
Pero bueno, antes de ponernos aburridos y trascendentales (y hacer que nuestros dos o tres lectores salgan corriendo despavoridos) termino dejándoles con el tema principal de la película, que es bastante bueno:
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